🎐 Veleta #31: Un grupo en solitario de WhatsApp, “ver, oír y callar” e ir a favor de ti
Veleta es una carta digital que tiene un patrón de contenidos tan subjetivo como la frecuencia con la que la envío: cuando me cambia el viento. Lee aquí sobre su origen. Si te gusta lo que lees, me ayuda mucho que lo compartas. Y si te la han reenviado, quizá quieras suscribirte.
Excepto vehículos autorizados. O quizá no
Hace unos meses, creé un grupo de WhatsApp en el que estoy yo sola. El procedimiento es fácil: reciclas uno inactivo del que eres la administradora y echas a todos los demás, o bien creas otro nuevo, añades a alguien, preferiblemente cercano, porque después… Le expulsarás. Una vez instalada en esta paradoja de grupo en solitario, puedes usarla para recordarte cosas, enviarte audios, guardar enlaces, apuntar ideas,… En definitiva, lo que se te ocurra.
En el mío hay, sobre todo, títulos de libros, enlaces a artículos y pensamientos inconexos sobre los que en algún momento me gustaría escribir, pero sobre los que en un 95% de las ocasiones nunca escribo. Los motivos no los tengo claros al 100%, aunque intuyo que la pereza y la vergüenza tienen mucho que ver.
La pereza creo que me nace de no tener objetivos claros: quiero contar tantas cosas que no focalizo, vagabundeo entre posibilidades y me canso antes de empezar. Ya sabes que soy una veleta.
Con respecto a la vergüenza, me da que tiene más que ver, por un lado, con el síndrome del impostor: ¿a quién le interesa lo que escribo?; por otro, con abrirme tanto que se me vean muy de cerca las imperfecciones; y, en tercer lugar, con mostrarme políticamente incorrecta, porque siempre he sido de camuflarme en mi versión “gustar a los demás”.
“Las niñas buenas solo ver, oír y callar”, me aconsejó mi abuela el día de mi primera comunión, al tiempo que marcaba unos ligeros golpecitos en los labios con el dedo índice. Después de aquella, me lo repitió muchas veces más a lo largo de los años y, por supuesto, yo, que fui muy bien mandada hasta anteayer, obedecí, ese día y tantos otros hasta hoy, porque lo que quería era gustar a todos.
Te cuento todo esto porque estas últimas semanas he estado pensando en todas las veces en que nos camuflamos e incluso mimetizamos con algo para no “ir a contracorriente”, para ser niñas buenas, a pesar de nosotras (o de nosotros, que de esto hay para todos).
A contracorriente: según la RAE, en contra de la opinión general
No sé tú, pero, a lo largo de mis años, yo me he avergonzado de algunas cosas que soy porque se supone que debería ser otras. Y he puesto serio empeño en ser de otra manera, como si los cimientos se pudieran cambiar alegremente y porque sí. Te pongo un ejemplo: durante mucho tiempo he disfrazado mi introversión de extroversión y, en realidad, creo que la he camuflado más o menos bien de piel hacia fuera, aunque un poco peor de piel hacia dentro, y por eso nunca me acabé de mimetizar con ello. Y es que camuflar y mimetizar podrían parecer sinónimos, pero no lo son. Fíjate en la diferencia:
Camuflar: disimular dando a algo el aspecto de otra cosa (piel hacia fuera)
Mimetizar: adoptar la apariencia de los seres u objetos del entorno (piel hacia dentro)
En fin, que iba en contra de mí hasta que dejé de hacerlo por sistema, aunque este no es un proceso rápido ni sencillo ni indoloro. Y tampoco lineal, porque a veces vuelvo a pinchar, pero, al menos, ahora, me suelo dar cuenta cuando pasa, e intento redirigir la ruta. Y nótese que digo “me suelo dar cuenta” e “intento” porque, que quede claro, no siempre lo consigo, y no pretendo que estas palabras sean lecciones de nada para nadie. Qué va. El único objetivo es compartir, porque lo necesito, estas reflexiones y aprendizajes imperfectos. Y si algo va contigo, todo tuyo.
Dijo Walter Riso en una entrevista en El Mundo que, tras más de 40.000 horas de consulta se dio cuenta de que aquellos pacientes a los que daba el alta se habían desprendido de cuatro amarres: la recuperación del yo, el fin del rendimiento de pleitesía a los modelos de autoridad, romper con la corriente a la que te empuja la mayoría y salir del conformismo.
Y es que, quizá, de lo que se trata no es de ir o no ir a contracorriente, sino de ir a favor de ti.
Mi librería y algo más
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La chica danesa, David Ebershoff. Todo esto de ir a favor de ti aplica perfectamente en una película que he visto varias veces y que me encanta, de la que también existe libro, editado por Anagrama. La protagonista de la historia de La chica danesa, Lily, decide ir a su favor, a pesar de las adversidades que podemos imaginar sufrían las personas trans en los años 30 del siglo pasado, por ser aquello que ella quería ser: una mujer.
Las escritoras del siglo de Oro también se las apañaron para ir a favor de ellas y desafiar los límites que la sociedad del momento les imponía con el fin de dejar por escrito esa otra visión de la historia desde el punto de vista femenino. No es mucho lo que se habla de estas mujeres y es menos todavía lo que se conserva de su obra, pero un buen punto de partida para tirar del hilo es esta visita temática que ofrece la Casa Museo de Lope de Vega en Madrid: "Blandir la pluma: mujeres y escritoras en el Siglo de Oro".
El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero. Esta semana se ha conmemorado el Día Mundial de la Salud Mental, una fecha en la que recordar lo importante que es visibilizar estas enfermedades y poner encima de la mesa las necesidades de quienes las padecen. Si quieres leer sobre el tema, lo último de Rosa Montero está escrito al estilo de Rosa Montero: sin tapujos. Habló sobre esto también en este podcast. Y yo te enlazo a la entrevista que envié en la Veleta #26 con el testimonio de mi hermana Azucena, que sufre depresión desde que tenía 14 años, pero, como ella dice “Aparte de eso, soy una persona normal: tengo una cabeza, ojos, manos, un corazón, pulmones para respirar, en fin, lo típico”.
Hasta que vuelva a cambiar el viento, Patricia
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