🎐 Veleta #30: La mujer de Chan, vacaciones imperfectas y recuerdos de este verano
Veleta es una carta digital que tiene un patrón de contenidos tan subjetivo como la frecuencia con la que la envío: cuando me cambia el viento. Lee aquí sobre su origen. Si te gusta lo que lees, me ayuda mucho que lo compartas. Y si te la han reenviado, quizá quieras suscribirte.
La Grande Plage de Biarritz, a última hora de la tarde, cuando los chicos de las sombrillas están desmontando la foto de postal
Debajo de mi casa hay un restaurante chino que se llama, cómo no, “La primavera”. Y eso que de primavera tiene poco. De hecho, casi lo llamaría “El invierno”, por la niebla que produce la fritanga que sale de su cocina; o incluso “El verano”, por ese ambiente caluroso y pesado que se respira siempre incluso antes de entrar. Pero ese es otro tema.
El sitio lo regentan desde hace más de una década Chan y su mujer, de la que no sé su nombre, pero sí que tiene un papel secundario totalmente protagonista en ese equipo de dos. Evidentemente, nunca me lo ha contado ella, pero no hace falta: sus movimientos sigilosos, ágiles y afanados en el bar la delatan.
Un día caluroso de verano en el que tuve un percance en la cocina con unos espaguetis (sí, ya, unos espaguetis), bajé a por arroz tres delicias a la primavera. Por supuesto, allí estaba la mujer de Chan, con su sonrisa imperecedera y sus rizos de permanente, de aquí para allá, atendiendo solícita a los fieles de su parroquia quienes, entre bebidas, aperitivos y chascarrillos, hablaban animadamente de las vacaciones.
Todo parecía feliz y tranquilo hasta que uno de los parroquianos, un poquito achispado, lanzó una inocente pregunta a la mujer de Chan: “¿Vosotros cuándo os vais de vacaciones?”. Ella, que estaba tirando una cerveza, levantó en un movimiento brusco la cabeza rizada, abrió los ojos rasgados lo más que su fisionomía le permitió, y, congelando su expresión, aflojó algo parecido a un graznido: “¿Vacaciones? ¡¡No vacaciones, no vacaciones, no vacaciones!!”. Hizo resbalar la cerveza por la barra y, enfadada, se marchó al otro lado a por mi comida.
Aquello, que sucedió hace ya unos cuantos años, me impactó, al punto que pasé mucho tiempo dándole vueltas: esos sonidos agudos que salieron de la garganta de la mujer de Chan iban más allá del poder o querer ir de vacaciones, y se situaban más bien del lado del rechazo y el miedo. ¿Miedo a las vacaciones? ¿Por qué iba a tener la mujer de Chan miedo a las vacaciones?
Evidentemente, nunca he preguntado. Me he limitado a observar (la primavera siempre está abierto, en todas las estaciones del año e incluso durante el Año Nuevo Chino); a intuir (la cultura del esfuerzo y del trabajo chinos no incluye vacaciones) y a crear mis propias reflexiones: ¿por qué alguien genera rechazo y miedo a las vacaciones?
Factores hay, claro que sí. Muchos de ellos se encargan de recordárnoslos, cada año, las típicas noticias de relleno del telediario: viajar con los suegros; la falta de desconexión de las obligaciones; demasiado tiempo con la pareja; la masificación, etc. Pero tampoco me parecían motivos suficientes como para temerle a los días de descanso.
Sin embargo, desde hace unas cuantas temporadas, comencé yo a sentir ese mismo resquemor cuando me di cuenta de que se empezaba a convertir en tradición que circunstancias imprevistas que aparecían siempre pasado el solsticio del mes de junio, me chafaran cualquier atisbo de plan veraniego. Y me empecé a sentir un poco como la mujer de Chan. Aunque el motivo seguro será muy diferente, el resultado es el mismo: “¿Vacaciones? ¡¡No vacaciones, no vacaciones, no vacaciones!!”.
Si te paras a pensarlo, el periodo vacacional supone apostarlo todo al mes de agosto (llámese julio, septiembre o cuando se emplacen esas semanas libres que tienes). Y justo es lo que desaconsejan los expertos en inversión: poner todos los huevos en el mismo cesto. Desde luego, es mejor diversificar, claro, pero no siempre se puede, y la vida tiene planes que no necesariamente coinciden con los nuestros.
Por esto, este año decidí pararme a reflexionar si había alguna cosa que pudiera hacer yo para no frustrarme tanto cuando los deseados días de asueto del mes de agosto de 2022 se me aguaran una vez más (porque sí, otro año que surgió un imprevisto). Y, siento comunicarte, si es que estás en la misma situación que la mujer de Chan y que yo, que no tengo una solución 100% satisfactoria. Podría hablarte de la libertad financiera para que cogieras un avión cuando te diera la gana o de soluciones de positivismo exagerado como deja tu trabajo y vive viajando de aquí a allí, pero mira, no, porque no es realista.
A la única conclusión sensata y equilibrada a la que he llegado (ya ves tú qué descubrimiento), es que la vida no se acaba en agosto (véase, semanas libres de vacaciones) y que lo necesario es disfrutar de alguna manera cada día en tu cotidianeidad. Ya lo sé, también suena a tópico. Pero es lo que he encontrado más factible, mucho más que que me toque el Euromillón que no juego. Al menos, es algo que depende de mí. Eso sí, creo que es necesario cambiar la perspectiva, huir de la perfección, relajar las expectativas, refugiarse en lo simple y aislarse un poquito de todo lo estéticamente perfecto que nos rodea. Aun así, puede que lo consigas solo a ratos.
Por eso quería compartir algo contigo, por si tus vacaciones, como las mías, no han sido perfectas. Cuidado que va spoiler: seguro que las de nadie, ni siquiera las de quienes han colgado las fotos más bonitas en Instagram. Pero lo que sí habrá habido son momentos cotidianos que merecen la pena ser recordados.
Una buena manera de recordarlos es escribiéndolos, porque lo que no se escribe, se olvida. Y los recuerdos también nos hacen mejor la cotidianeidad ahora que estamos de vuelta. Yo los he escrito en forma de lista, así, según los leo, voy rehaciendo la historia detrás de cada uno. Aquí van algunos:
Las tardes de calor en la piscina cubierta de mi barrio
Mi tradicional libro de misterio del verano, este año en lectura compartida
Estar despierta en la cama, holgazaneando. Mucho rato
Las siestas en la cama. Sin remordimiento
Las conversaciones largas. Muy largas
Las decisiones importantes. Muy importantes
La lluvia fina y el frescor a 4 horas y media al norte de Madrid
El paso fronterizo y la bienvenida a Francia, seis años después
Una crepe con chocolate de la casa mirando al mar
Los chicos que desmontan el decorado de casetas de colores de Biarritz
Carreteras secundarias inundadas de verde
Carriles estrechos y puentes de dos sentidos en los que solo cabe un coche
Campos de girasoles por todas partes
24º. ¡24º!
Un pueblo perdido de Francia. Muy perdido
El único coche con matrícula española en algún lugar
Un croissant con mantequilla
Más verde. Y más carreteras secundarias
Una comida improvisada sentados en el maletero del coche
Horas y horas de coche recargando la batería
Miles de boulangeries y pâtisseries
Un pueblo en fiestas sin salida
Un hotel Fórmula 1
Media España en Carcassone y el síndrome de París
Google Maps y los caminos de cabras
Acabar comiendo patatas porque no entendimos la carta
Paellas, fideuas y judías redondas en un mercadillo francés (¿estamos en Valencia?)
Una cena en un decorado de película
Otra vez Google Maps y los caminos de cabras. Qué miedo, pero qué bonito todo
Los Pirineos, por primera vez
La casa de Dalí, Barna y la Pilarica
Una multa por exceso de velocidad a 113 km/h
La vuelta al calor
Unos perritos en el Nebraska de Madrid
Conduzco yo
Un año más, Casa Barriga
Las noches de bodega
La chamarra y el zurracapote
Vuelo a Munich, por fin
El reencuentro
Empezar a cenar en la terraza de un biergarten, y terminar dentro
Munich de noche ¡con sudadera!
Un gelato en Alemania
Un desayuno con salchichas, mostazas y pretchl
Dormir de prestado en una casa de ensueño
Un español de 40, un italiano de 25 y un alemán de 3 echando una pachanga
Munich de día y más biergarten: un codillo de verdad y el Keiserschmarrn
El tranvía, una funda para la Nintendo Switch y la tienda del Bayern de Munich
Una pizza deconstruida y probando el Aperol
Dormir con nórdico (y sudar un poco)
Hacer un puzzle de Harry Potter
Dormir en una leonera
Bañarse en el lago de Stanberg y empezar a hablar alemán
Conversaciones de futuro en el agua
Carreteras secundarias, de nuevo, y todo verde
¿Neusch, qué? Neuschwanstein. El castillo de Disney
¿Todo eso hay que subir? Merece la pena
La última cena: pizza de verdad (aunque lleve piña)
El dichoso puzle de Harry Potter: aquí faltan piezas
Qué bien hacen los alemanes las kartofell
Nos traemos a la rubia de vuelta
Agárrense que vienen turbulencias
El reencuentro y la tortilla de la mama
La exposición de momias y la tarde de los 22.000 pasos
El cocido de la abuela
Hasta que vuelva a cambiar el viento, Patricia
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